A lo largo de la historia se han producido diversos cambios para que el trabajador tuviera más derechos, más capacidad para defender sus reivindicaciones. No ha sido un camino de rosas. Por eso, me gustaría que una vez al mes habláramos de un personaje que marcó la Historia por haber contribuido a esa mejora, ese es el caso de Andrew Johnson.
8 horas, ni más ni menos
La revolución industrial trajo inventos maravillosos para la Humanidad, pero también convirtió el trabajo en un modo de esclavitud. Niños, mujeres y hombres eran sometidos a jornadas laborales muy duras.
Es aquí cuando Dickens entra en escena, denuncia a través de sus personajes que son protagonistas de una sociedad que vivía para los bailes y el lujo, la otra cara de la moneda, personas que vivían hacinadas en casas con muchas carencias. Entre ellas las del descanso.
En 1810, Robert Owen (empresario) difundió la idea de que la calidad del trabajo de un obrero estaba relacionada con la calidad de vida del mismo.
Uno de los objetivos prioritarios era hacer valer la máxima de: «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa»
La burguesía, los trabajadores y el principio del cambio
A fines del siglo XVIII los trabajadores ingleses comenzaron a organizarse en clubes y en asociaciones, para acompañar las luchas de los sectores más radicalizados de la burguesía.
La Corresponding Society fue una de estas agrupaciones. Sus principales demandas eran:
- Que el Parlamento se reuniera anualmente.
- Que existieran garantías democráticas.
La reacción de las fuerzas conservadoras, leyes represivas, y persiguió y encarceló a los miembros de estas asociaciones. Como veis, no era fácil para un trabajador que había abandonado el campo con la intención de mejorar su vida, pelear por lo justo.
Andrew Johnson y la Ley Ingersoll
Andrew Johnson, fue el decimoséptimo presidente de los Estados Unidos, que ocupó el cargo de 1865 hasta 1869 dado el asesinato de Abraham Lincoln de quien había sido su vicepresidente.
En 1868, el presidente Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo la jornada de ocho horas. Al poco tiempo, diecinueve estados sancionaron leyes con jornadas máximas de ocho y diez horas, aunque siempre con cláusulas que permitían aumentarlas a entre 14 y 18 horas.
El incumplimiento de la ley llevó a las calles a los obreros para protestar como llevaban haciendo desde el siglo XVIII. Las buenas intenciones del presidente no tenían nada que ver con el concepto del trabajo para algunos empresarios.
En 1884, en el IV Congreso de la Federación Americana del Trabajo, que se celebró en Chicago, se planteó que, a partir del 1 de mayo de 1886, se obligaría a los empresarios a cumplir con la Ley que estipulaba la jornada de ocho horas diarias; caso contrario, se lanzarían a la huelga general hasta las últimas consecuencias.
El espíritu del 1 de mayo en Chicago
El 1 de mayo las organizaciones sindicales convocaron a movilizarse a sus bases y a realizar huelgas que paralizaran la productividad del país. Se produjeron enfrentamientos callejeros entre policías y manifestantes en Chicago.
La prensa burguesa, en defensa de los intereses de sus patronos, calificó el movimiento como “indignante e irrespetuoso”
Queda mucho trabajo por hacer
En 2018 existen muchas carencias todavía en los derechos de los trabajadores, pero si echamos la vista atrás podemos comprobar que gracias a unos pocos se logró lo que era coherente: trabajar para vivir y no vivir para trabajar…
Tal vez el presidente promulgara la ley pero los verdaderos protagonistas fueron esos obreros, hombres y mujeres que lograron su objetivo a costa de no acatar horarios sin fin, ni salarios bajos pagando un precio muy alto por ello.